Imaginemos una ciudad donde la poesía se haya materializado en piedra; supongamos una localidad cuyas calles estén permanentes recorridas por la magia y el embrujo; creamos en una ciudad cuya belleza haya sido capaz de domesticar y poner a su servicio la luz y el agua.
Unamos todos estos atributos y descubriremos Granada, pequeña urbe que se arremolina con orgullo a los pies de la Alhambra, unos de los monumentos más impresionantes de España. Porque hablar de Granada es hablar de Alhambra, como hablar de Alhambra es hablar de Granada.
Orgullosa y altiva, desde la torre de la vela, desde el salón de los embajadores o desde la torre Ismail del Generalife, la Alhambra vigila y preside una ciudad que la mira con respeto, pues la sabe reconocer como su reina, como su joya más preciada.
Al visitar Granada por primera vez, hay que acercarse a la plaza nueva y a la carrera del Darro y, al llegar, al levantar la vista para contemplar la fuerza e inmensidad de Alhambra. De momento, esto es suficiente.
El turista siempre ha de empezar su recorrido por la ciudad vieja que se extiende a ambos lados de la avenida de los reyes católicos, así como las empinadas calles de los barrios del Albayzín y el Sacromonte. De otro modo, el visitante jamás podrá comprender la complicidad que existe entre este monumento y la ciudad que se ha rendido a sus pies.