La felicidad se escapa al que la persigue, la sociedad que ha dado más importancia a la felicidad individual es la que cuenta con un porcentaje importante de insatisfechos e infelices.
El consumismo hoy domina la vida de muchas personas sustituye muchas veces la familia, la religión, etc. La felicidad muchas veces es inducida hacia lo que no se tiene, cuando no se busca entre lo que si se tiene.
Mensajes que aparecen por la televisión que incitan a comprar bienes y además que la felicidad muchas veces depende de la compra de determinados productos.
La búsqueda de la felicidad muchas veces es orientada por alguien interesado en tengas la felicidad que éste ha concebido y no deja que tu tengas tu propia concepción de la felicidad.
Todos los seres humanos están llamados a ser felices, nadie está privado de ella.
La felicidad es trabajo, esfuerzo de uno mismo, no debemos echarle la culpa a nadie de nuestra infelicidad. Pero, siempre haciendo lo que te guste hacer. Si así lo haces, el trabajo se convierte en felicidad.
Una persona que desea ser feliz, debe de hacer un uso correcto de su libertad.
La sociedad actual está caracterizada por ser una sociedad materialista y edonista (rienda suelta a los instintos). A menudo sibarita, con exceso de refinamiento que llega a disforzado.
El materialismo se refiere a la obsesión, a la necesidad por adquirir objetos materiales, a tal grado de llegar a sentirnos mal, en caso no las tengamos. Por ejemplo, si no tengo determinada marca de vestimenta o calzado, se puede llegar a angustiar, si es que se quiere. Aquellas personas que se angustian porque viven para los demás, jamás podrán ser felices.
La sociedad creyó haberse librado de ser condenada a ser un valle de lágrimas; el hombre ahora tenía el poder de reducir el hambre, aliviar la enfermedad y dominar mejor su futuro. La filosofía ilustrada canalizó esta actitud al considerar la tierra como un paraíso.
El conocimiento dio al hombre confianza para poder conseguir por sí mismo la felicidad; de ahí la importancia de la educación y de la política, porque se pensaba que la sociedad tenía la capacidad de eliminar todo el sufrimiento.
Estas ideas se consolidaron a lo largo del siglo XIX y en gran parte del siglo XX. Sin embargo en la década de los sesenta del pasado siglo, se produjeron dos fenómenos importantes: la difusión del consumismo, gracias al crédito, y el individualismo; ambos terminaron convirtiendo al supuesto derecho a la felicidad en un deber de ser felices como parece pasar en la sociedad de masas.
El capitalismo, animó el consumo y éste se concibió pronto como el medio de asegurar la satisfacción de todas las necesidades. Los nuevos instrumentos de crédito adquirieron entonces un papel determinante porque hicieron posible la realización de los deseos sin pensar en las consecuencias.
En un tiempo pasado cualquier persona que quería comprar un coche, algunos muebles o una casa seguían casi una norma que ahora parece casi desconocida: esperaban, y ahorraban sus monedas de cinco y diez centavos.
Pero, el crédito lo cambió todo; la frustración se hizo insoportable. Con la nueva mentalidad, lo importante era vivir el presente y pagar más adelante. Esta manera de actuar ha sido una de las causas de la crisis financiera.
Muchas veces las personas se sienten más felices comprando que con los mismos objetos que compró.
Por su parte, desde una aspecto individualista, la felicidad la tiene que buscar uno mismo, de forma que la insatisfacción es responsabilidad exclusiva del individuo. Si no me siento feliz, no puedo culpar a nadie más que a mí mismo
Muchos filósofos mencionan que el hombre está condenado a ser infeliz y también feliz. Como es un requisito de vida.
Pero, realmente, no es necesario ser ni feliz ni infeliz. El sentirse bien puede darse solo en el fluir, en el proceso y en el camino y no lo que haya al final del recorrido.
El culto y concepto occidental de la felicidad es algo así como una virus colectivo. Mientras que en oriente el concepto es totalmente opuesto y la felicidad es individual, así como la evolución es individual.
Inclusive en occidente puede adquirir rasgos obsesivos, como los que se manifiestan en la excesiva preocupación por la salud, nivel por el que se enjuician hoy la mayoría de las cosas: En la comida, por ejemplo, no se distingue lo bueno de lo malo, sino lo saludable y lo no saludable. Lo apropiado prevalece sobre el sabor.
La mesa de la cena se convierte en un mostrador de farmacia donde se pesan la grasa y las calorías. El vino debe ser bebido no por su sabor, sino para fortalecer las arterias.
Es irónico que la sociedad que ha decretado la felicidad general sea también la que se encuentra más sometida a la regulación minuciosa de las conductas. Además, vincular la felicidad a una decisión personal y a las sensaciones subjetivas es un círculo vicioso porque, la preocupación por uno mismo no tiene fin: Nunca se es suficientemente delgado, nunca se está suficientemente en forma, nunca se es lo suficientemente fuerte.
La salud tiene sus mártires. La enfermedad y la salud se vuelven más difíciles de distinguir, hasta el punto de que corremos el riesgo de crear una sociedad de hipocondríacos.
La obsesión por ser felices ha terminado formando una sociedad ansiosa, estresada, obligada a perseguir frenéticamente sus propios fantasmas. El hedonismo termina, pues, siendo enfermizo y se encuentra acosado por su propio fracaso, ya que, pese a todo, la edad deja su marca, la enfermedad nos encuentra de una manera o de otra, siguiendo un ritmo que no tiene nada que ver con nuestra vigilancia ni con nuestra resolución.
Somos la primera sociedad en la historia que hace a la gente infeliz por no ser feliz. Frente a esta situación, se intenta reconocer que no somos dueños de las fuentes de la felicidad y que nuestra propia finitud debería llevarnos a ejercer una humildad renovada. Aunque tenemos la posibilidad de aliviar ciertos males y es preciso luchar contra ellos no podemos seguir concibiendo la felicidad como quien encarga comida en un restaurante.
La felicidad es un camino lleno de barreras. La mayoría de ellos está en nosotros mismos. Difícil es saber las guías para conseguir una paz interior duradera.
El hombre ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar, pero, la felicidad se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día de la vida.
Cada individuo posee un grupo diferentes necesidades, aspiraciones, gustos, aficiones, inquietudes y opiniones, en distintas prioridades; cada individuo tiene su definición acerca de la felicidad y ningún hombre tiene la misma idea de la felicidad que otro.
El hombre busca satisfacer sus necesidades vitales y para ello emprende en el tiempo interminable actividades individuales o en grupo cuyo objetivo último es ése haciendo ajustes conforme se presentan cambios en las circunstancias de la vida.
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